- General 5 / 5
- Servicio 5 / 5
- Cocina 5 / 5
- Local 5 / 5
Estuve para una comida después de escoger concienzudamente con qué restaurante de categoría deleitarme durante mi visita por Bilbao, y debo decir que estoy plenamente satisfecho de esta elección; la mejor que podría haber realizado.
Al reservar para primera hora, el personal de servicio pudo darme a escoger una mesa con vistas a la ría, que siempre se agradecen este tipo de detalles (una lástima que el día no acompañase). Tan pronto como me dispuse a sentarme y acomodarme, ya vinieron a ofrecerme la carta y las distintas opciones de menús, junto con una tablet en la que se mostraba la página web oficial del restaurante, para poder visualizar la presentación de cada uno de los platos en formato imagen. Esto tiene mucho sentido, y es un gran añadido para que el comensal pueda empezar a sumergirse con los ojos de la experiencia gastronómica y sensorial que le depara. Yo tenía claro que quería elegir el menú gastronómico, que consiste en una elección libre de cinco platos de la carta más un postre. Ofrecer este tipo de menús donde se da libertad de elección al comensal habla muy bien de la importancia que todo el equipo de Etxanobe da a sus clientes. Escogí platos a base de buenos pescados de la zona, junto con algún plato de los que más tradición goza en el restaurante. Además pude escoger el orden de servirlos, a la par que pedí opinión al personal, que me sugirieron un nuevo orden, y les hice caso (estuvieron muy acertado, así que doy las gracias por su sabio consejo).
Antes de empezar con el primer plato, el mismo chef Fernando Casas me sorprendió con un pequeño aperitivo en forma de mousse de espárragos con trufa en un vasito. Una gozada para abrir el apetito. Es como estar comiendo una delicada crema de espárragos en cuanto al sabor, pero con esa textura aireada y fragil que le confiere la mousse. Pero la cuchara aun no había llegado al fondo del vasito, que es donde se escondía la trufa, y la explosión de sabores en el paladar fue impresionante. Una lástima que solo fuera un aperitivo, ya quisiera yo que fuese un plato a escoger dentro de la oferta de su carta.
Seguidamente me sirvieron el primer plato, un ajoblanco donde se sustituye el ajo por trufa, y unos delicados trozos de gamba, caviar y finas tiras de espárrago que dan contrastes de sabor y color al conjunto. Magnífico plato, un ajoblanco espeso, refrescante gracias a la temperatura de servicio y los acompañantes descritos. Lo mejor, sin duda, es que el sabor predominante es el de la almendra, como marcan los cánones de la receta tradicional, aun llevado trufa en su elaboración. Creo que esta ejecución es una maestría, porque realzar el sabor de un fruto seco como es la almendra frente a la gran potencia que desprende la trufa esta al alcance de pocos. Mis felicitaciones a todo el equipo de cocina por este plato.
Continué con mi segundo plato, el txangurro de gamba, para empezar a adentrarme en las tradiciones culinarias de la región. Un plato minimalista en su presentación, donde la capa gelatinosa que sumerge la superfície del plato está hecha a base de los propios jugos que desprende la gamba al cocinarse, con ligeros toques de crema anaranjada hechos con las cabezas de las gambas, y en uno de los extremos del plato el propio cuerpo de la gamba, todo muy lindo e integrado. El gel desprende un aroma marítimo muy potente, que te transporta en plena orilla del mar cantábrico. Una vez en el paladar, se percibe una textura muy melosa, parece almívar de sabor marino, y cuando se mezcla con el cuerpo de la gamba se deshace todo en boca. Un placer inigualable.
Entonces llegaron las zamburiñas a la brasa, con una presencia descomunal, casi me atreviría a calificarla como imperial. Un producto único, de gran tamaño, distribuido de forma armoniosa junto con unas algas que casaban muy bien con el delicado sabor propio de las zamburiñas y la presentación del plato. Excelsa cocción del producto, la justa para realzar su propio aroma, y el ligero toque que aporta la parrilla escenfica un gran viaje sensorial al fondo del mar.
Por sorpresa (nuevamente), el chef volvió a personarse para saber como estaba viviendo la velada, y me trajo un pequeño detalle en forma de falso bombón de tres capas: la inferior la formaba un taco de salmón marinado con una proporción de azúcar el doble de lo habitual (según el chef esto produce una textura mucho mas melosa del corte del pescado, y vaya si lo consiguió!); la intermedia era una mayonesa de augacate, y la superior la completaba un falso arroz salvaje, que en verdad se trataba de unas gramínias procedentes de Canadá que aportaban el toque crocante al conjunto. Una vez todo en boca, la explosión de aromas fue sublime: la gran melosidad del salmón, con el toque cremoso de la mayonesa de aguacate, y el contrapunto crujiente de las gramínias, hicieron que todos mis sentidos se diluyesen al unísono en una estado placentero que jamás olvidaré.
Entonces vino mi cuarto plato, tambien otro de los clásicos de Etxanobe y a base de buen producto del mar cantábrico: la lasaña de anchoas, acompañada de una sopa de tomate natural. Un plato muy refrescante, gracias al sabor que le confiere el tomate. La textura de la sopa estaba muy lograda, sin nada de grumos, cremosa a la par que espesa, sin llegar al punto de considerarse líquida. Aquí se nota la mano experta de los cocienros. El producto principal, la anchoa, espectacular, solo con su sabor natural, sin estar bañadas en un exceso de aceite. Y hablando de aceite, el usado para aliñar dicho plato es de una elección insuperable, creo que no habría otro para sustituirle y conseguir el mismo resultado. Al catarlo diría que era un picual como los de Córdoba, de gran carácter, pero no pude corroborarlo con el personal de cocina. En definitiva, un plato imprescindible (como toda la carta, si se me permite el apunte, quizás un tanto osado por mi parte, pero es que realmente el restaurante lo merece).
Terminé con mi quinto y último plato antes de degustar el postre: unas cocochas de merluza, otro de los grandes platos típicos de la zona. Estaban servidas con unos toques hechos de ajo negro y cebolla caramelizada. Otra obra maestra de perfecta realización: un producto y corte de primera, que con un ligero aroma ahumado ensalzaban todavía más el gusto del plato. Destacar los toques de ajo negro, que su suave sabor casaban de forma espléndida con la suavidad de la merluza.
Finalmente, llegó la carta de postre, junto con la tablet para poder ver la imagen de cada uno de ellos. Después de meditarlo profundamente, me decantaba entre dos opciones, la cuales se trataban del chocolate picante o el falso huevo frito. Lo que no me comvencía del primero era que usaban un chocolate del 70% de cacao, para mi gusto demasiado bajo. Pero entonces, se presentó el chef de nuevo para comentar estas dudas, y me recomendó encarecidamente el postre de chocolate, porque, según sus palabras, “no es un postre que juega con el sabor del chocolate, sino que juega con todas las sensaciones que aporta el chocolate... Con este postre vas a flipar”. Solo por venir exclusivamente a la mesa para hablar de la elección ya fue suficiente como para dejarme llevar por su criterio. Cuanta razón llevaba, porque realmente “flipé” con el postre. Tanto su presentación, visualmente hermosa, como por todos los aromas que se conjugan una vez en boca. Tiene un ligero toque de chocolate aun siendo un postre donde éste es el protagonista del plato en cuanto a cantidad; no tiene sabor picante pero el paladar, tras cada bocado, va notando paulatinamente esa sensación ardiente tan encantadora y característica de los productos naturalmente picantes; se aprecian ligeras notas del sabor inconfundible de la avellana antes incluso que su textura crocante (en el plato estaban presentadas como una pepitas doradas, dando una falsa sensación de estar comiendo pepitas de oro puro; una estética tan cuidada tiene mucho mérito en cocina).
Antes de terminar esta experiencia de ensueño, me sirvieron unos bocados formados por una nuez garrapiñada, un pequeño taco de pastel de calabaza creo recordar, y una fina onza de chocolate blanco. Como siempre, estas sorpresas siempre son de buen recibo, y uno se siente feliz de poder disponer de ellas.
Otros puntos muy interesantes, y que vale la pena mencionar, es que en todos los menús se incluye servicio de agua y pan ilimitado (lo describo así porque tan pronto como vaciaba el vaso o el platillo del pan, ya venían a ofrecerme si quería más). Este detalle es muy remarcable, y habla estpuendamente de como el equipo de personas de Etxanobe trata a sus cliente. Yo que soy un hombre de gozar con cualquier pan de calidad, he de decir que pude degustar todos los tipos de pan que el restaurante horneaba al momento, y no fueron pocos: pan blanco, otro con semillas, otro hecho a base de harina de maíz, y para finalizar el surtido, uno con nueces y pasas. Todos ellos servidos recién salidos del horno, y hechos con masa madre, sin duda alguna. Para mi, el mejor fue el de harina de maíz, al conseguir una miga tupida y de marcado sabor, junto a un contrapunto salado gracias a sus pequeñas perlas de pipas, y una corteza muy muy fina, dando protagonismo absoluto a la miga.
El servicio fue impresionante en todos los sentidos. Me gustó el trato tan amable, e incluso personal en algunos momentos de la experiencia, que recibí por parte de todo el equipo. Además el orden de atención y asignación de personas fue estupendo: tuve la misma persona durante el momento de mi llegada al restaurante hasta la elección del menú (un chico muy agradable), y para servir los platos siempre tuve a una mujer con una amplia sonrisa de oreja a oreja en todo momento, muy atenta, delicada en sus tareas y actitud cercana. Me dio la sensación de estar atendido por mi propia família, y recibir este tipo de trato no tiene palabras, increible. Y como colofón, que el propio chef venga en multitud de ocasiones a la mesa para sugerir propuestas, comentar sensaciones, preocuparse que la velada sea del agrado del comensal, es de un nivel encomiable. Quisiera dar la gracias a todo el equipo por la magnífica experiencia que me han hecho vivir, porque ni en sueños podría describir algo similar.
El ambiente que se respiró en la sala principal fue tranquilo y relajado. Sillas y mesas muy elegantes, robustas y cómodas, con una mantelería e iluminación del lugar de color blanco impoluto, con un ligero toque señorial acorde a la atmósfera que se quiere transmitir. A destacar la cubertería y, en especial, los platos seleccionados para servir cada comida; elegidos con cabeza y elegancia, que daban juego a ensalzar todos los matices que cada elabroación desprendía.
Sin lugar a dudas, es una visita imprescindible, y que si pudiera, la querría vivir cada día. Quisiera quitarme el sombrero ante todo el personal del Etxanobe por toda su gran labor en el panorama gastronómico, y desearles suerte en su nuevo proyecto de reubicación del espacio. Sin duda que repetiré en mi próxima visita a Bilbao. Como desconozco cuando va a ser posible, me estoy plantenado seriamente repetir antes de regresar de esta visita.